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Capítulo 8:

El despertar de la quimera.

 

             

“La vida no podía ser esa cosa que se nos imponía y que uno asumía como un arriendo, sin protestar. Pero ¿qué podía ser?... Debía haber una contraseña, algo que permitiera quebrar la barrera de la rutina y la indolencia y acceder al fin al conocimiento, a la verdadera realidad.” 
―Julio Ramón Ribeyro―

 

 

             La adolescencia había quedado atrás, y mis sueños de adolescente se habían truncado. En realidad nunca fui un adolescente al uso, siempre fui un “niño adulto”. La adolescencia es esa etapa por la que todos pasamos en la que se forma nuestra personalidad, aprendemos poco a poco a ser personas adultas, en donde cualquier acontecimiento negativo que ocurra será definitivo en nuestra edad adulta.

 

             Según “EL” yo era un monstruo, siempre lo fui y esas palabras quedaron grabadas para siempre en mí corazón, desde mi más tierna infancia fueron creando una especie de bestia (o esa era su opinión). Sin sentimientos e inmune al dolor, si, con el paso de los años me convertí en alguien frío, impermeable a cualquier agresión, pero aún así siempre luché por ser una buena persona. Dentro de mí habitaba la criatura que debió de ser y nunca fue. Me había convertido en un adulto, pero en realidad seguía siendo un niño, un adolescente, me robaron las etapas más hermosas que un ser humano puede tener en su vida; la soledad de mi infancia y el sufrimiento fueron creando la base para que el adolescente que una vez fui estuviera lleno de rencor hacia la vida y hacia su entorno.

 

             La abuela había muerto y mis hermanos se habían convertido por desgracia en un replica perfecta de “EL”, comenzaron a ignorarme, a vapulearme, era un extraño en su maravillosa y casi perfecta  familia. Todas las noches me iba muy pronto a la cama, estaba acostumbrado  a hacerlo, pues cuando mi hermano era pequeño me obligaban a irme a dormir a la misma hora que él. Yo era un adolescente y necesitaba sentirme como tal, pero nunca pude, era un esclavo de las circunstancias e incluso mi hermano a esa edad fue un tirano conmigo. Si me negaba a ir a la cama se montaba un drama, por lo tanto solo podía transigir y sucumbir ante la supremacía del pequeño, de lo contrario los insultos y las vejaciones caían sobre mí como proyectiles; en alguna ocasión ya con veinte años me llevé alguna paliza por negarme a ir a la cama a la hora marcada.

 

             En aquella época de mi vida tomaba mucha medicación, era mi camisa de fuerza particular, la que me tenía controlado, la que hacía que los demás estuviesen tranquilos, si, de alguna forma también me tenían miedo, curioso dilema el que los maltratadores tuvieran miedo al maltratado. “El” con el paso de los años se había convertido en una especie de engendro, o así lo veía yo. Me miraba en silencio sin articular palabra, sus ojos de desprecio traspasaban mi corazón muerto y ni siquiera mi indiferencia me protegía de esas miradas, me había convertido en una persona adulta pero muy débil y vulnerable.

 

             Tuve la suerte de comenzar a trabajar en una cafetería doce hora diarias, y ese trabajo se convirtió en mi válvula de escape, en mi gran triunfo, pero pronto me di cuenta que no fue tal, al contrario, se convirtió en otra de mis pesadillas. Yo iba y venía de trabajar y parecía que había desaparecido de sus vidas,  que había dejado de existir; con el tiempo llegó el día de mi primer sueldo y esa noche salí con mis compañeros de trabajo a tomar unas copas. Estaba contento, hablaba con la gente, con gente que no me insultaba y a quienes parecía caerles bien, fue la primera vez en mi vida en la que sentí de verdad el calor humano, y curiosamente ese calor humano me lo ofrecían unos desconocidos. Estuvimos hasta tarde, al llegar a casa tuve cuidado de no hacer ruido pero “El” me estaba esperando sentado en su sillón con la luz apagada, de un plumazo mi sonrisa desapareció y mi corazón comenzó a latir muy deprisa, me preguntó que de donde venía a esas horas, porque esa casa  no era una pensión, y yo como siempre me quedé en silencio sin decir nada y me dirigí a mí habitación.

 

             Al abrir la puerta “El” se acercó y me dio con ella en toda la cara, haciéndome sangrar por la nariz, fue entonces cuando le pregunté qué era lo que había hecho o dicho que le hubiera sentado tan mal, su contestación fue simple y contundente —haber nacido —. Después de la discusión me preguntó si había cobrado el sueldo del mes, yo le respondí que sí, que mi intención era ahorrar para sacarme el carné de conducir; fue en ese momento cuando su cara se tornó en un rostro de máximo odio, me dijo que el dinero se lo tenía que dar puesto que para eso me había mantenido toda mi vida, que mientras estuviera en esa casa, TODO el dinero tenía que quedar en la casa. No puede hacer otra cosa que darle el sobre con las treinta mil pesetas que había cobrado ese mes, incluidas propinas. Mi mundo se volvió a convulsionar de una forma que no os podéis imaginar. El día siguiente libraba en el trabajo y no tenía nada que hacer, así que decidí quedarme hasta tarde en la cama, pero solo fueron unas intenciones que rápidamente se frustraron, “El” abrió bruscamente la puerta y me dijo que me tenía que levantar rápidamente para ir con mi hermano a la autoescuela, ya que iba a comenzar a sacarse el carné de conducir. No supe reaccionar, yo era el mayor, yo era quién ganaba dinero para poder pagármelo, pero ese dinero que tanto me había costado iba a servir para que mi hermano pudiera ir a la autoescuela.

 

             Fuimos al autoescuela a hacer todos los trámites y volvimos a casa, mi madre estaba borracha, siempre estaba borracha, es probable que para no ser consciente de la horrible vida que llevaba y el asesinato que había cometido con su -¿querido?- hijo. Pasé el día viendo la televisión, inmerso en mis pensamientos, en el mundo de mi jardín secreto, lo necesitaba, en esos momentos imaginaba como podía haber sido mi vida si mi añorado padre viviera, pero rápidamente regresaba a la cruda realidad que me había tocado vivir y lo que veía no me gustaba; una madre alcohólica, su marido perdonavidas y mis hermanos; unos tiranos que vivían  a cuerpo de rey gracias a mí trabajo, y eso era lo que más me reventaba, que ellos disfrutasen de una vida plena mientras yo trabajaba. Pero era mi obligación y mi sino, el trabajo era mi liberación, el lugar donde nadie me insultaba, donde nadie me agredía, era el sitio idóneo para mí. Poco a poco fui conociendo a gente que frecuentaba aquel lugar y comencé a relacionarme, pero, tal y como puedo apreciar ahora, de una forma equivocada.

 

             Los fines de semana cenaban juntos un grupo de chicos y chicas y yo les caí en gracia, hablaba mucho con ellos y un sábado me sugirieron que podíamos salir a tomar unas copas e ir a la discoteca a bailar. Me pareció una idea estupenda, y al terminar la jornada fui al lugar donde había quedado con ellos. Allí estaban esperándome, parecía que se lo estaban pasando bien, todos me saludaron al llegar y alguien sugirió un lugar donde podríamos ir para comenzar la noche. Todas mis alertas estaban al máximo ya que no sabía muy bien con quien estaba y no tenía muy claro como acabaría aquella noche, pero cerré los ojos e hice un enorme esfuerzo por encajar. Fuimos a un local de moda donde había mucha gente, eso para mí era un enorme problema. Al entrar las luces de neón me deslumbraban y comencé a tener una gran ansiedad, pero algo dentro de mí me decía —tienes que continuar— y luché contra ella y contra el miedo que sentía al estar rodeado de tanta gente.

 

             La música de moda sonaba a gran altura, yo llevaba puestos unos vaqueros rotos (era la moda) y una camisa de vivos colores, siempre fui un chico agraciado y llamaba la atención, eso hizo que pronto las chicas y algunos chicos se fijaran en mí. Todos pidieron algo de beber y uno del grupo se acercó a mí y me preguntó si tenía dinero ya que a ellos no les quedaba nada, yo le contesté que sí, y fue entonces fue cuando me pidió que pagase todas las copas, yo asentí, me acerqué a la barra y pagué las bebidas de todos mis “amigos”. Ellos se fueron a bailar y yo me quedé en un recodo de la sala de fiestas, observaba a la gente mientras bailaban y reían, yo no podía. Apuré rápido la copa y después siguieron otras, y como por arte de magia me vi bailando con mis relucientes “amigos”. Comencé a reír y a disfrutar de la noche,  una vez más me volvieron a pedir dinero y yo volví a pagarles las copas, ya me daba igual, tenía amigos y eso había que celebrarlo.

 

             La noche iba pasando y yo estaba muy borracho, poco a poco la discoteca se estaba quedando vacía. Busqué por todos los sitios a mis  acompañantes pero no estaban, se habían ido y me habían dejado solo, y encima dejaron una deuda que tuve que pagar con el poco dinero que me quedaba. Las luces de neón se apagaron y salí despacio del lugar, la música había cesado y también mi sonrisa, tuve que ir andando a casa ya que no me quedaba dinero. Anduve bastante y por fin llegué a las puertas del infierno, todo lo que había ocurrido esa noche se difuminó como niebla en la mañana. Abrí la puerta y estaba vez no me encontré con “El” me encontré con mi hermano, estaba tumbado en el sofá comiendo un enorme bocadillo de jamón, también acaba de llegar de fiesta -yo solía comprarme jamón y cosas que me gustaban ya que “ELLOS” me daban de comer lo justo-. Fui a frigorífico a coger el jamón que un día antes había comprado y comprobé que no quedaba nada, me dirigí a mí hermano y le pregunté que si el jamón que estaba comiendo era el que yo había comprado, a lo que él me contestó que sí, molesto le pregunté por qué lo había hecho sabiendo que era mío, y él se levantó violentamente y comenzó a gritarme, diciéndome que lo que había en esa casa era de todos menos mío, que seguiría comiendo jamón y lo que se le pusiese de “los cojones”, que yo no era nadie para quitarle de comer. Las voces despertaron a mis padres, se levantaron y preguntaron qué era lo que pasaba y mi hermano les contó lo ocurrido, en ese momento “El” caminó hacia el frigorífico y cogió las cosas que el día antes había comprado, las tiró  todas a la basura y me dijo —en esta nevera no vas a volver a meter ninguna más de tus mierdas—. Destrozado tras de lo ocurrido fui a mi habitación y lloré toda la noche, tenía otro enemigo, lo peor de todo es que nunca pensé que mi hermano llegaría a actuar como actuó.

 

             Pasó el verano y con la caída de las hojas un gran acontecimiento se celebraba en la casa, mi hermano había sacado el carné de conducir. Todos estaban encantados, por fin tendrían coche, ya que ni “El” ni mi madre lo tenían. Mientras yo seguía trabajando y entregando todo el sueldo en casa. Una noche al llegar de trabajar me encontré a todos en torno a un flamante coche negro, me acerqué y me atreví a preguntar a mi hermana que de quien era (ella era la única que me trataba medianamente bien), me dijo que mis padres se lo habían comprado a mi hermano y mis piernas comenzaron a flaquear -¿qué había hecho yo a nadie para merecer tantas humillaciones? - lo tenía claro, iba a ser yo el que pagaría el flamante coche. Mi hermano estaba exultante de felicidad ahora que podría fardar con las chicas, era un maldito chulo poco agraciado y sin ningún tipo de atractivo. Una vez más me sentí como un esclavo, estaba cumpliendo los sueños de alguien, pero no los míos.

 

             Llegó el fin de semana y estaba animado, tenía la esperanza de que el grupo de “amigos” volviera a cenar en la cafetería y efectivamente, allí se presentaron a la misma hora de siempre. Me acerqué a ellos para saludarlos, me miraron y me dijeron que yo era su camarero y que me limitara a servirlos, les pedí disculpas y me alejé de ellos. Sudoroso y cansado del largo día de trabajo me fui al baño a soltar toda la ira que en ese momento tenía, me habían utilizado, sacado todo el dinero y ya no querían saber nada más de mí. Como pude y sacando fuerzas de donde no las tenía fui a tomarles la comanda, ni siquiera me miraron, les tomé nota y les serví, tal y como había hecho durante toda mi vida con todo el mundo; ser un objeto, un utensilio que se utiliza y luego se tira a la basura.

 

             Esa noche nada más salir de trabajar fui a la discoteca donde había estado con ellos y allí estaban, esta vez no se acercaron a mí, pero mi mayor sorpresa fue ver que hermano estaba con ellos, no tenía idea que los conociera. Poco a poco me fui acercando a suplicar compañía aprovechando su presencia,  al llegar, todos me miraron con sorpresa, me preguntaron qué era lo que quería y yo les dije que, si no les importaba, me gustaría estar con ellos; y de pronto se acercó mi hermano y me dijo —aléjate de aquí rápidamente si no quieres que te de un par de ostias—. Mis piernas sea agitaron nerviosas, sudaba tan profusamente que empapé la camisa. Salí corriendo de la discoteca, humillado, y me fui a casa para meterme en la cama y me tapé, me escondí de ese mundo cruel que me había tocado vivir.

 

             Esta inmóvil, como cuando era pequeño, y dormía con mi pijama de pollitos amarillos. Intenté relajarme y puse la radio, me gustaba escucharla para evadirme de mi realidad, esa noche sonaba música clásica. Estaba perdido en mis pensamientos, intentando como siempre olvidar lo que había ocurrido mientras sonaba la música. De pronto la puerta de la habitación comenzó a abrirse despacio, y me volví bruscamente para verle a “EL”, lo miré con cara de sorpresa, jamás había entrado en mi habitación, y masculló —esta noche vas a saber todo lo que te quiere tu tío—. Me levanté corriendo y me puse en un rincón, no sabía lo que me iba a hacer. Se acercó a mí y me agarró del cuello, me quito el pijama y comenzó a hacer el acto más deleznable y cruel que os podéis imaginar -creo que las palabras sobran-, una vez hubo terminado espeto con sorna — ¿no querías cariño de tu tío?, pues ya lo has tenido y disfrutado, maricón de mierda—. Me puse el pijama y me metí en la cama, destrozado sucumbí a tanto dolor. Mientras abrazaba a la almohada sonaba en la radio la música del lago de los cisnes, la muerte del cisne.

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