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Capítulo 2:

Entre maizales (mis 5 años).

"En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado;

oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días." - Sealtiel Alatriste 

 

 

     Los días en el pueblo de mis abuelos paternos eran monótonos y aburridos, no tenía amigos, siempre solo, acompañado por gallinas, conejos y palomas pasaba mis días. En mi mente únicamente había un pensamiento, mi madre, una madre que en aquella época sentía lejana. Mis miedos aumentaban, y mi tristeza también, ¿os habéis preguntado alguna vez como es la tristeza de un niño de cinco años? El recuerdo de aquel padre que nunca conocí, poco a poco fue haciéndose más intenso, siempre quise tener un padre, todos los niños tienen un padre y una madre, en mi caso, solo tenía una madre lejana y ausente.

 

     Era invierno y los inviernos en todos los pueblos son largos, muy largos, y sobre todo en los pueblos de la Cantabria profunda, nublados. Lluvia, nieve, frío, y mucho tiempo para pensar, eran los pensamientos de un niño de cinco años. Recuerdo que en las largas noches de invierno, me tiraba en el suelo de madera del enorme salón que dominaba toda la casona, que me hablaba, y leía una y otra vez “El flautista de Hamelin”. Tenía mucha fantasía, me hacía evadirme de todos mis miedos, de mi soledad… Poco a poco las temporadas en la casona se fueron alargando, con el paso del tiempo mi madre pasaba más tiempo conmigo, pasaba largas temporadas en el pueblo y pude disfrutar de pequeñas dosis de cariño. Todas y cada una de ellas las atesoraba dentro de mí corazón, como si se fueran a escapar, cada beso, cada caricia, eran más apreciados que el mejor de los regalos que pudieran hacerme. Siempre recordaré la gran chimenea, chispeante y retadora, mi abuela solía sentarme en un pequeño banco, al calor del hogar y me daba de desayunar leche caliente recién ordeñada con pedazos de pan, nunca olvidaré ese aroma, esa sensación irreal de protección.

 

     Otra persona que es esencial en esta historia, al cual dedicaré un capítulo completo, es el hermano de mi padre, mi tío. De aspecto rudo, agraciado físicamente y poco hablador, soltero. Mi madre y él pasaban mucho tiempo juntos, hablaban y hablaban sin parar, sobre todo de mi futuro, "este niño no puede estar sin padre", escuché decir una noche a mi tío. La frase que dijo este ser sería definitiva en mi vida, en mi existencia. Una tarde en la que yo seguía leyendo mi cuento favorito se acercó mi madre, me cogió en brazos y me explicó a su manera que ella y mi tío se iban a casar, que era lo mejor para los dos, estuvo un rato intentando explicar algo que yo no entendía. Creo que en el fondo ella sabía el error que estaba cometiendo, aún así la decisión ya estaba tomada, habría boda y yo tendría un nuevo padre. En realidad mi madre estaba huyendo de la miseria que la envolvía, huía de las carencias tanto económicas como emocionales que en aquella época de su vida eran cada vez mayores, y fue a la caza del que para ella era en ese momento su salvación. Recuerdo bien que mi abuela nunca estuvo de acuerdo con esta boda, la relación entre mi madre y ella no era buena, siempre discutiendo, siempre culpando a mi madre de la muerte de mi padre; pero poco se podía hacer, los días estaban contados y mi sentencia escrita.

 

     Durante una larga temporada todos los acontecimientos que pasaron en mi vida, fueron más o menos normales, seguí metido en mi mundo de flautistas y de ratas malvadas, hasta que el gran día llegó. Todo el mundo parecía estar feliz, incluso mi abuela paterna parecía haber aceptado la situación. Fue una celebración por todo lo alto, todo el pueblo asistió al evento, todo el pueblo comentaba la buena decisión que habían tomado -todo por el bien del niño-, todo para que el pequeño tuviese un padre, todo para que mi madre pudiese crear una nueva familia, pero se les pasó por alto un pequeño detalle; yo jamás formaría parte de ese proyecto, de ese sueño, de esas ilusiones, desde ese momento, yo pasé a ser un extraño en un mundo lleno de mentiras y de ambiciones.

 

     El día después de la boda me desperté asustado, mi madre y mi nuevo padre habían salido de viaje, y la gran casona me parecía aún más terrorífica, más oscura, más fría. Esa mañana toda la felicidad de los días anteriores había desaparecido, mi abuela se acercó a mi cama, me cogió en brazos y su mirada se clavó en mi como un dardo en los ojos. Comenzó con la rutina diaria y obligada de asearme, vestirme y alimentarme, era uno más de sus animales de granja. Una vez había cumplido con sus obligaciones de abuela dedicada me dejaba solo, mi adorada soledad, mi mejor amiga y mi peor pesadilla. Esa mañana quería escapar de ese mundo, en mi mente de niño todo estaba confuso, bajé muy deprisa las ruidosas escaleras y corrí sin parar, necesitaba esconderme. Era una mañana de viento sur, cálido y frío a la vez, me deslicé entre los enormes maizales y lloré, lloré sin consuelo, me faltaba la respiración, no entendía nada, seguí corriendo, y los maizales me abrazaban, parecían sentir mi dolor, mi pena, el viento sur parecía arroparme con su calidez y las grandes nubes que cubrían el cielo parecían enormes monstruos dispuestos a devorarme. mientras corría entre los maizales, comenzó a llover, mis lágrimas se mezclaron con las impertinentes y voraces gotas de lluvia. Seguí corriendo intentando huir de mis atacantes, mi respiración era cada vez más intensa, poco a poco me fui quedando sin fuerzas, había perdido la batalla, mis pasos fueron cada vez más lentos y mi llanto cesó, no me quedaban más lágrimas. Mi ropa mojada, mi cuerpo mojado y mis pensamientos de niño de cinco años, derrotados. Mi fantasía había desaparecido y comenzó a nacer dentro de mí la oscuridad, la ira, el desapego y la indiferencia.

 

     Al llegar a la casona hecho una piltrafa se desencadenó un terremoto emocional, mi abuelo cogió una vara de avellano, me agarró por los pelos y comenzó a pegarme con ella. Mis piernas blancas se tornaron de un morado intensó, comenzó a darme con ella en la espalda, el dolor era tan intenso que pronto dejé de sentirlo, lloraba sin cesar, no hubo compasión, siguió pegándome hasta que por fin, se cansó y me encerró en el desván. Luché con las pocas fuerzas que me quedaban para no ser encerrado en el lugar que más miedo me causaba y aún así, no pudo ser. Esa noche no cené y dormí en aquel lugar, no tenía mis cuentos de flautistas, en ese momento necesitaba a mí salvador y su flauta, el desván estaba lleno de ratas, mi pánico era tal que me quedé inmóvil, arrinconado me protegí como pude de esos bichos que tanto miedo me daban. Pasé la noche aterrorizado, perdí la noción del tiempo, hasta que oí cantar a los gallos del pueblo y fue entonces cuando me di cuenta que un nuevo día comenzaba a despuntar. Poco a poco el desván fue iluminándose y con la luz del día la gran puerta que me separaba de ese mundo de dolor y desamor se abrió, era mi abuela, mi querida y odiada abuela, - ¡hora de desayunar! Me agarró por un brazo y volvió a cumplir con su rutina diaria de darme de comer, vestirme y…dejarme solo.

 

     Pero ese día nacía con una noticia, uno de los hermanos de mi madre vendría a pasar el fin de semana conmigo. Tenía catorce años, un ser extraño que venía a hacerme compañía, a entretenerme, a jugar conmigo, a convertir mi soledad en algo “diferente”. La noticia me hizo ilusionarme, incluso el dolor que aún persistía de los varazos del día anterior parecían haberse difuminado, estaba ansioso por la llegada de mi tío. Pasé la mañana en el corral, las gallinas y los patos eran buena compañía, no hablaban, no me pegaban, era el lugar donde más protegido me sentía. A media mañana llegó mi tío, fui corriendo hacia él en busca de un abrazo, en busca de una caricia, y efectivamente el abrazo fue muy fuerte, tanto, que el dolor de los varazos volvió de nuevo, y un gran beso, un beso en la boca -no me pareció extraño-, alguien me había besado, todo un gran acontecimiento que había que celebrar. Estuvimos juntos todo el día, durante unas horas parecía que la felicidad había vuelto a mi vida, había alguien al que le importaba, incluso dejé de lado a mi flautista, parecía que mi soledad me había abandonado. Llego la noche y la hora de irse a dormir, en la casona había pocas camas, por lo tanto mi abuela decidió que mi tío y yo durmiéramos en la misma cama.

 

     Me puso el pijama de pollitos amarillos (me gustaba mucho el pijama de pollitos amarillos), y me metió en la cama. También se metió mi tío, él no se puso ningún pijama de pollitos amarillos, simplemente se desnudó y se metió también en ella. Nunca nadie había dormido conmigo, nunca había sentido el calor humano y, por unos momentos, me sentí reconfortado, mi tío me abrazó y me quedé dormido hasta que algo extraño y desconocido para mí comenzó a suceder, eran demasiadas caricias, me desperté asustando ¿qué ocurría?, mi tío comenzó a quitarme el pijama de pollitos amarillos. No entendía lo que pasaba, a la cama se iba a dormir, estaba confuso, me quedé totalmente desnudo, mi tío también estaba desnudo, y comenzó a abrazarme de una forma que nadie me había abrazado jamás. Me volvió a besar en la boca, estaba temblando de miedo, no sabía que estaba pasando. Al poco rato se puso de rodillas y metió su pene en mi pequeña boca, me daban arcadas, pero me obligó a engullirlo, lo metía una y otra vez y yo estaba paralizado, inmóvil. Después de esos momentos se volvió a tumbar en la cama, me puso de espaldas y sentí un dolor enorme, un dolor que no podría explicar con palabras; yo seguía inmóvil y mientras tanto comenzó a moverse, ya no sentía dolor, no sentía NADA, lo único que entendí es que alguien una vez más me estaba haciendo daño, mucho daño. A la mañana siguiente al despertar tenía puesto mi pijama de pollitos amarillos, pero estaba lleno de sangre, los pollitos amarillos ya no eran amarillos, eran pollitos color sangre, ¿habéis intentado poner un color al dolor?

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