top of page

Capítulo 11:

El olvido de Abeona.

 

           

"Si llega el Invierno, ¿puede la Primavera estar tan lejos?"

Percy Bysshe Shelley ―

 

           

             Mientras las primeras hojas del largo verano caían y daban paso a los colores del otoño, yo seguía luchando por superar todos mis miedos. Dos veces por semana acudía a la unidad psiquiátrica donde hacíamos terapia individual y de grupo, había conocido a bastante gente, todos ellos con problemas, a todos les dolía la vida.

 

             Mi vida se había convertido en una especie de gran montaña rusa donde los sentimientos se agolpaban en mi mente y no me dejaban caminar, de alguna forma se había introducido muy dentro de mí un sentimiento de culpa que me paralizaba y me hacía muy infeliz, el vacío interior no había desaparecido y a pesar de las terapias, de la medicación, yo luchaba cada día por sentirme un poco mejor.  Celebraba cada logro, pero cada derrota me hundía aún más en ese olvido perenne de la vida que pude haber tenido y no tuve.

 

             El mes de octubre se adivinaba álgido y esa frialdad se apoderaba de mi pequeño hogar, un lugar gélido donde todo me parecía extraño, yo también era un extraño para mí,  me desconocía y no quería conocerme pues hacerlo significaba adentrarme en el pasado y en historias que ansiaba olvidar, porque hay acontecimientos en la vida de cada uno de nosotros que forjan enormes témpanos de hielo en nuestro interior; cada uno de ellos son tristezas y penas insondables.

 

             Después de un verano ciertamente convulso el otoño me traía esperanza y algún que otro sueño, ya sabéis, esos sueños que se tienen de niño en los que piensas en estudiar, en ser “alguien” en la vida. Esta  me fue regalando desde la infancia enormes tristezas, en la soledad de mi diminuto hogar cuando la lluvia caía y sus gotas tocaban los cristales de mi habitación, tumbado en la cama miraba al infinito y recordaba  aquel padre que nunca conocí, que aún hoy sigue siendo mi salvador,  sé que me cuida desde el infinito universo y que siempre sabe cómo reconfortarme.

 

             Era una mañana de domingo fría,  seguía lloviendo y las calles estaban empapadas de agua, desesperanza y tristeza, me sentía muy solo y tenía largas conversaciones con papá, decidí ir a verlo al cementerio,  necesitaba urgentemente sentirme muy cerca suyo. Cogí ropa de abrigo y un paraguas y fui caminando hacia ese lugar en el que mi añorado padre descansaba desde hacía años. Al entrar en el camposanto se respiraba silencio y un aroma a flores viejas, a sentimientos añejos que recorrían todo mi cuerpo. Una lápida blanca y unas sencillas palabras acompañaban una foto ajada por el paso del tiempo y unas flores de plástico descolorido adornaban la memoria de mi  querido padre.  Fue inevitable que brotaran las lágrimas desconsoladamente, eran tantas las cosas que se quedaron en un pasado tan lejano como próximo,  tantos sentimientos encerrados en mi corazón que jamás aflorarían; estos estaban reservados solo para él… Acaricié su foto y mi mano selló el te quiero de despedida con las lágrimas que aparté de la comisura de mis ojos.

 

             Me alejé lentamente del  lugar mientras las calles parecían encogerse a mi paso,  una ciudad viva y rebosante me rodeaba, padres con sus hijos paseando, ancianos mirando los árboles desnudos del parque y demasiada soledad ¿qué hacer cuando la tristeza anida en nuestro interior? que sencilla y simple pregunta pero que complicada de responder ¿verdad?. Mientras caminaba hacia mi casa me encontré con algún que otro conocido, con algún gato callejero,  era domingo y a pesar del mal tiempo la gente había salido a la calle; me senté en una pequeña terraza, pedí un café y me puse a leer el periódico, noticias y más noticias,  todas tristes, apenas algunas eran alegres o esperanzadoras.

 

             Estaba inmerso en la lectura cuando de pronto me sobresaltó un fuerte golpe en el papel, me agité y rápidamente miré hacia una voz muy alta y enfurecida que me increpaba. A esa voz se sumaban otras voces silenciosas que contemplaban la situación,  eran “él” y mi madre que tuvieron la suerte de pasar por aquel lugar. Su mirada como de costumbre era de absoluta indiferencia mientras comenzaba a preguntarme en un tono muy alto que dónde me había metido y que les debía dinero, me acusó de haber robado cosas de su casa y que tenía que devolvérselo inmediatamente o pondrían una denuncia. Yo permanecí en silencio sin mediar una sola palabra con ninguno,  al comprobar que no obtenían respuesta a sus reprimendas “él” se violentó aún más y me agarró por un brazo muy fuerte, tanto que la mesa en la que apoyaba mis cosas cayó al suelo. La gente miraba lo que estaba ocurriendo pero nadie decía nada, siguió gritándome y me asestó un gran puñetazo en el pecho que me tumbo en el suelo,  fue cuando un par de personas se acercaron para ayudarme a incorporarme. Me había hecho mucho daño y estaba conmocionado, pero lo que más me dolía es que mi madre se hubiera quedado impasible contemplando lo que ocurría sin decir nada. En realidad nunca esperé nada de ella y menos en aquella situación.

 

             Me tuvieron que llevar al hospital, una vez más entre aquellas paredes blancas, una vez más quebrado por fuera y por dentro. Al entrar en la sala de urgencias un médico que ya me conocía me preguntó por lo sucedido y le conté mi odisea, una vez me hicieron varias radiografías y comprobaron que tenía una fisura en una costilla me dieron una inyección para el dolor y me dejaron solo en la sala.  Pasaron cerca de dos horas hasta que tuve una nueva visita, esta vez de mi psiquiatra, al que volví a contar lo ocurrido sin que este se sorprendiera en absoluto pues sabía toda mi vida. Me indicó que lo único que podía hacer era denunciar la agresión pero yo le dije que no quería problemas, él no estaba de acuerdo con mi decisión pero la respetó,  se despidió de mí deseándome  mucha suerte y me mandó a casa.

 

             Era ya medio día,  había parado de llover y a la salida del hospital me senté a fumar un cigarrillo en uno de los bancos del parque, a mí lado estaba un chico de mi edad inmerso en la lectura de un libro, también fumaba y al igual que yo parecía estar solo. Transcurrió un largo rato en el que ambos nos fumamos varios cigarrillos, hasta que mi desconocido acompañante me preguntó si quería dar un paseo con él,  rápidamente le dije que sí, no sé muy bien el porqué de esa reacción tan repentina por mi parte pero necesitaba compañía, calor humano, y ese chico me lo estaba dando gratis, no podía permitirme rechazarlo. Anduvimos a través de caminos serpenteantes recubiertos de una espesa capa de hojarasca seca, el día olía a otoño y a castañas recién asadas, se respiraba la nostalgia. Mientras caminábamos él comenzó a preguntarme cosas a las que yo no sabía muy bien que responder, él preguntaba y yo a veces contestaba y otras veces permanecía en silencio;  me había convertido en una persona desconfiada y poco comunicativa,  para mí era algo nuevo pasear en compañía de alguien y esa situación me estaba resultando difícil de llevar. A medida que caminábamos me fui sintiendo más cómodo e incluso eché alguna tímida sonrisa a las ocurrencias  que mi acompañante me decía, fue un largo paseo en el que comencé a descubrir un sentimiento nuevo, algo que nunca había sentido  y me gustaba. No sabría explicar muy bien lo que era pero con el paso del tiempo crecería más y más hasta convertirse en  amor.

 

             Después de aquel largo paseo nos despedimos con la promesa de volvernos a ver, todo fue muy rápido, una situación que jamás hubiera imaginado que podría sucederme, pero la vida a veces da sorpresas inesperadas y a mí me había tocado una de ellas. Al poco de separarnos me abrazó de nuevo ese sentimiento de soledad, pero mi vacío interior lo era un poco menos, había nacido en mí la esperanza, una sensación que nunca había tenido; me sentía tan bien como cuando siendo niño me sentaba en las tardes de invierno en el suelo de la gran casona a leer mis cuentos de flautistas y de ratas malvadas ¿Hasta dónde me llevaría aquel pequeño sentimiento que estaba naciendo dentro de mí? esta era una de las preguntas que me hacía una y otra vez pero la respuesta aún tardaría en llegar.

 

bottom of page